El padre Juan Carlos Velásquez Rúa, figura clave de los procesos de pacificación de Medellín, narra en esta entrevista sus experiencias de diálogo e inclusión en las zonas más violentas de esa ciudad.

Se ordenó como sacerdote en el año 2000, y desde el 2002 hasta el 2012 estuvo en el barrio San Fernando Rey, en una de las laderas de Medellín. Como párroco de esta iglesia, ha tocado todas las puertas en busca de alternativas ante la violencia urbana y sus protagonistas.

El sacerdote católico conoce muy bien el proceso que llevó a Medellín a convertirse en una de las ciudades más violentas del mundo. Para éste, es necesario dar un debate serio sobre una cuestión que va más allá del problema del narcotráfico y que involucra a todos los actores sociales, reconociendo que son la exclusión social y la creciente desigualdad los principales factores que condenan a miles de jóvenes a caer en circuitos delictivos.

En efecto, el cura desarrolla actualmente diferentes acciones para sacar a los jóvenes –llamados “cachorros”- de los grupos violentos. Su iniciativa más conocida es el programa Forja que actualmente trabaja con 45 jóvenes que han escapado de la vida criminal para brindarse a tareas de trabajo colectivo y estudio, dejando atrás sus marcadas adicciones a las drogas y el tránsito por una vida sin motivaciones y sentido.

Velásquez se reúne con líderes de los Combos, con guerrilleros y paramilitares, y con todos ellos encuentra puntos de acuerdo para mermar la creciente cifra de crímenes que acosan a la capital de Antioquía. De los jóvenes que día a día llegan a su parroquia para hablar con él, la mayoría son asesinos, pero detrás de sus crímenes el padre encuentra un ser humano sumido en grandes miserias, frente a las cuales no posee alternativas concretas de escapar.

Los «cachorros» en Medellín son una expresión similar a los denominados Soldaditos en Argentina. Menores de 17 años que usan armas, drogas y descargan balas sobre aquellos que amenazan la hegemonía territorial de la banda que los recluta. Para ellos no hay otras alternativas claras a eso que el crimen organizado les ofrece. Y para el padre, ese el desafío, que los jóvenes pueden encontrar otro rumbo que no esté vinculado a la violencia.

Alternativas de abordaje: La integración frente a la exclusión

En Argentina, el índice de criminalidad más alto lo tiene Rosario que en 2013 alcanzó una tasa de 21.0, casi cuatro veces mayor a la media nacional, y muy por encima de ciudades como Buenos Aires (6.5) y Córdoba (6.9).

«Es necesario dar un debate serio sobre una cuestión que va más allá del problema del narcotráfico y que involucra a todos los actores sociales, reconociendo que son la exclusión social y la creciente desigualdad los principales factores que condenan a miles de jóvenes a caer en circuitos delictivos».